En el último medio siglo, México ha vivido muchas masacres dirigidas por el Estado. Sin embargo, existe una jerarquía tácita de importancia. Algunas se lloran públicamente, se recuerdan y (tras décadas de presión) se investigan. La mayoría de los mexicanos reconocen ahora que las fuerzas del Estado mataron a decenas de manifestantes en Tlatelolco en 1968 y a decenas de estudiantes de magisterio en Ayotzinapa en 2014.
Otras masacres siguen olvidadas por el gran público. A pesar de algunas revelaciones, el encubrimiento gubernamental sigue siendo efectivo. Las víctimas permanecen manchadas como rebeldes o criminales; sólo unos pocos familiares realizan los rituales de recordación; y aún no hay investigaciones oficiales.
Sin duda, México ha sufrido muchas de estas masacres dirigidas por el Estado en las últimas dos décadas. Pero comenzaron décadas antes. En 2006 y 2014 las Comisiones de la Verdad publicaron informes en los que exponían cómo el ejército y el servicio secreto persiguieron, secuestraron y asesinaron hasta 3.000 guerrilleros campesinos y estudiantes comunistas.
La Comisión de la Verdad 2021, sin embargo, ha ido más allá. No sólo ha accedido a nuevos archivos, sino que ha celebrado una serie de foros públicos en todo México. En ellos, supervivientes y familiares se han presentado para contar sus propias historias de las masacres olvidadas de la guerra sucia en México. A menudo no se trataba de guerrilleros o comunistas con carné, sino de activistas indígenas, trabajadoras sexuales, delincuentes de poca monta y campesinos invasores de tierras. Se trataba, en definitiva, de personas que podían ser olvidadas.
A finales de enero de 2023, decenas de lugareños asistieron a uno de estos
foros de la Comisión de la Verdad en el pueblo de Patla, en la región
oriental de la Sierra Norte de Puebla. Hablaron de una masacre militar de
campesinos totonacos en la remota meseta de Monte de Chila, en la Sierra, el
28 de enero de 1970. Algunos hablaban de 80, otros de más de 300 muertos.
Ya antes había habido algunas investigaciones sobre la masacre del Monte de Chila. Ya en 1985 Armando Bartra enumeró el Monte de Chila como uno de los ejemplos de represión estatal de grupos campesinos en su obra Los herederos de Zapata. En 1994 Gustavo Rodríguez Zarate publicó un libro de enseñanzas en el que afirmaba haber sido testigo de las brutales secuelas del ataque militar. Fue Rodríguez quien primero dio a conocer la cifra de 300 muertos. En 2020 Itzel Adelita Olivo Vázquez publicó una tesis de maestría sobre la matanza basada en decenas de testimonios orales. Y al año siguiente el periodista Aníbal Santiago presentó un largo podcast sobre la masacre basado predominantemente en reportes periodísticos.
Después de las revelaciones de enero de 2023 los investigadores del Reino Unido, Thom Rath, Nathaniel Morris y Benjamin T. Smith se pusieron en contacto con Itzel Adelita Olivo Vázquez y Anibal Santiago y sugirieron que formáramos un equipo para continuar la investigación sobre la masacre. En noviembre de 2023 nos dirigimos al Monte de Chila, donde con la ayuda de la Universidad Intercultural de Puebla, Huehuetla, nos dimos a la tarea de recopilar documentos y entrevistas sobre la masacre. A continuación realizamos una investigación de seguimiento en los archivos de Puebla y Ciudad de México.
Después de un proyecto de este tipo, los académicos suelen transformar sus
hallazgos en un artículo académico o en un libro académico. Si tienen
suerte, lo leen unos pocos especialistas. En cambio, hemos decidido
convertir nuestros hallazgos en este portal bilingüe accesible en
colaboración con Artículo 19 y la Universidad Intercultural de Puebla,
Huehuetla.
Lo hemos hecho por cuatro razones interrelacionadas.
- Primero, creemos en la divulgación pública de la historia. La historia no debe ser reservada a los académicos. Debería ser accesible y legible para el público en general, así como para aquellos que la vivieron en primer lugar.
- En segundo lugar, queremos iniciar una conversación en lugar de terminarla. En este portal, somos muy abiertos sobre cómo llegamos a nuestras conclusiones. Incluimos decenas de recortes de periódicos y documentos oficiales, así como selecciones de nuestras entrevistas. Y proporcionamos espacios al final de cada sección en los que queremos que los ciudadanos mexicanos se sumen a la conversación - para dar sus recuerdos, sus pensamientos y sus opiniones sobre lo que ocurrió en el Monte de Chila en 1970.
- En tercer lugar, somos humildes. Somos conscientes de que nuestra investigación sobre el Monte de Chila no está completa. Nunca tuvimos acceso a los archivos del ejército mexicano y nuestras entrevistas no fueron exhaustivas. Creemos que aún queda mucho trabajo por hacer, que la verdad sigue siendo esquiva.
- Finalmente, quisimos presentar este portal y nuestra investigación como un modelo potencial de cómo hacer trabajo histórico. Las Humanidades y las Ciencias Sociales suelen despreciar el trabajo en equipo. Perdura el modelo del investigador único y heroico. Sin embargo, trabajar en equipo, con distintos enfoques y diferentes conocimientos, puede ofrecer una respuesta abierta y de múltiples capas a un problema complejo. Y trabajar con el público permite que otros compartan sus propias voces y recuerdos. Juntos, esperamos poder intentar acercarnos a la verdad.
El Monte de Chila es una meseta plana situada en el municipio de Jopala, en la frontera entre Puebla y Veracruz. Se encuentra a unos 600 metros sobre el nivel del mar. Desde el aire, tiene forma de papalote y mide alrededor de 3500 hectáreas en total.
La zona está rodeada de pequeños pueblos por todos lados. Al este está el pueblo veracruzano de Filemeno Mata, al sur Buenos Aires y Tlamaya Grande, al oeste San Pedro Tlaolontongo y Chicontla y al norte Tambortitla.
El Monte de Chila no sólo es una de las únicas regiones de tierra plana en una masa de montañas y barrancas, sino que también es extremadamente fértil. Casi todos nuestros entrevistados mencionaron esta extrema fertilidad. En los años 30 y 40, afirmaban que el lugar parecía una selva. Inmensos (qué) árboles dominaban el paisaje; cualquier agricultura exigía constantes talas y escardas. En la década de 1950, cuando los ganaderos empezaron a pastar allí su ganado, éste se alimentaba de un tipo de hierba especialmente rica que los lugareños denominaban "zacate engordador". Y para la década de 1980, los nuevos propietarios alemanes habían talado todos los (qué) árboles y convertido el espacio en una de las fincas cafetaleras más productivas de México.
El asentamiento original del Monte de Chila pudo ser anterior a la Conquista española. O pudo haberse asentado cuando los totonacas huyeron de las epidemias de principios del siglo XVI hacia las montañas de la Sierra. La población de Chila ciertamente aparece en la Relación Geográfica de Hueytlalpan de 1581. Hay un dibujo del antiguo asentamiento de Chila y del pueblo vecino de Matlatlán.El asentamiento original del Monte de Chila pudo ser anterior a la Conquista española. O pudo haberse asentado cuando los totonacas huyeron de las epidemias de principios del siglo XVI hacia las montañas de la Sierra. La población de Chila ciertamente aparece en la Relación Geográfica de Hueytlalpan de 1581. Hay un dibujo del antiguo asentamiento de Chila y del pueblo vecino de Matlatlán.
La Relación afirmaba que el pueblo se llamaba Chila ""porque se cría y se da mucho chile". Era "humedo" y "calido". "Son pueblos muy fértiles de arboledas: no hay muchos pastos, por la espesura de "los árboles y entretejidas ramas. Es tierra abundos[a] sobremanera de frutas [y] abundante maíz". Según la Relación, las dos aldeas tenían unos 2.000 habitantes cada una. Ahora, debido a las oleadas de epidemias, sólo había 400. Ambos pueblos eran de habla totonaca y solían ofrecer en tributo a Moctezuma "mantas de algodon"
En febrero de 1610 el obispo de Tlaxcala visitó el lugar. Después de 4 leguas de "malísimo camino" llegó. No parecía impresionado. "Es del mismo templo que Matlatlán, caliente y húmedo, de mucha montaña y del mismo trato, granjerías, hilado y pesquerías, que los demás pueblos de Hueytlalpan, los cuales pueblos tienen y crían colmenas y cogen miel bastardona."
Sin embargo, en 1789 sobrevino el desastre. Según el cura de Chicontla, una epidemia azotó Chila debido a su "clima cálido y húmedo". Más de tres cuartas partes de la población murieron antes de que los pocos habitantes que quedaban huyeran a Chicontla y empezaran a pagar al pueblo vecino por el alquiler de sus tierras.
Aunque la epidemia pertenece a un pasado lejano, muchos lugareños aún conservan un recuerdo popular del suceso. A veces mencionaban a un supuesto cura que maldijo el lugar y propagó la peste. Otros hablaban de la campana de la iglesia, que había sido enterrada allí tras la epidemia. Aunque los aldeanos habían intentado periódicamente mover la campana, era demasiado pesada para desenterrarla.
En lo que todos estaban de acuerdo es en que esta epidemia del siglo XVIII no sólo había obligado a huir a los colonos originales, sino que había mantenido el lugar deshabitado durante al menos el siguiente siglo y medio. Algunos, como el cura, lo achacaban al clima, causante de enfermedades y muertes. Otros se centraban en la vegetación salvaje, que hacía que la agricultura no mecanizada fuera extremadamente laboriosa. Pero la mayoría se limitaba a decir que estaba maldito. Nadie quería arriesgarse a volver.
Tal vez una prueba de esta creencia en una poderosa maldición es la siguiente referencia en La Reconquista Espiritual de México de Matthew Butler. Escribe que en 1929, los miembros de la alternativa de la Revolución Mexicana a la Iglesia católica, la AIMC, llevaron a cabo una peregrinación al lugar de la epidemia de Chila para limpiar el lugar. Quizá por ello, los campesinos no empezaron a solicitar tierras en la zona hasta la década siguiente.
Limpiado o no, las ruinas del pueblo original de Chila siguen en la meseta. En noviembre de 2004, el arqueólogo Pablo Valderrama Rouy encontró la iglesia "en un laberinto de caminos entre kilómetros de cafetales sin sombra". Según Valderrama, algunas personas seguían utilizando la iglesia, encontró botellas de cerveza medio vacías en el suelo y cintas de color oscuro en las paredes. Supuso que eran restos del Día de los Muertos, pero su guía afirmó que eran restos de "brujería".
Cuando visitamos la iglesia en 2023, estaba protegida por una selva impenetrable. Pero los trabajadores del café que nos llevaron allí afirmaban que seguía estando maldita. Seguían negándose a dormir en el barracón cercano durante la cosecha.
Hasta la década de 1930, la mayor parte del Monte de Chila no se cultivaba. En algunos pueblos se practicaba la caza.
Pero en su mayor parte, los lugareños cruzaban la región como arrieros. Algunos trabajaban para los grandes comerciantes que transportaban mercancías del interior de México al puerto de Tuxpan o a la región alrededor de Papantla. Otros eran arrieros libres que transportaban mercancías entre las ciudades y pueblos más pequeños de la sierra. Alrededor del Monte de Chila, la mayoría se dirigía al centro mercantil de Villa Juárez/Xicotepec, donde comerciaban con maíz, frijoles y chile.
Los arrieros formaban una clase social crucial y olvidada en la Sierra. Eran los intermediarios sociales, económicos y culturales de la región. Compraban mercancías en los pueblos lejanos (predominantemente indígenas) y las vendían en los mercados de las ciudades controladas por los mestizos. Crecieron hablando español y pronto aprendieron las lenguas indígenas locales, como el totonaco y el náhuatl.
Según Eleuterio Urbina, los arrieros también tenían una posición de respeto dentro de las comunidades por su papel económico clave.
"El arriero tenia muchas preferencias aqui, porque se tenia en cuenta que el era el que hacia la evolucion comercial, no, entonces a ese senor pus habia que darle todas las garantias porque pues er el que traia la vida del dinero con sus productos entonces ese senor no, pues habia que darle ciertas garantias no muchas veces ni molestar al que andaba tomando, ni meterlo a la carcel no, por que pues ibamos a meter a la galliana de los huevos de oro, pues si el traia el producto para la alimentacion del pueblo y aparte de eso generabada dinero con sus productos que traia no, y si pues una persona que en las fundas era de los primeros que atendian pues pues era digno de que se le atendiera porque venia de una jornada de 6-7 horas de trabajo, no y pus habia que darles de comer luego y despues los de aqui , por que pus esos nomas adabanan de flojos no, pero si tenian buenas preferncias"
Tal respeto no evitaba los peligros. Hubo robos, sobre todo en ciertas rutas. Pero, en general, el Monte de Chila estaba deshabitado y, por tanto, era generalmente seguro. Eugenio Aldana contaba que hacía la ruta con frecuencia y no llevaba nada para defenderse. Su mayor susto fue cuando 50 jaibiles aparecieron de la selva y cargaron contra él.
Durante la década de 1930, la Revolución Mexicana llegó finalmente al distrito oriental de la Sierra Norte de Puebla. Los maestros llevaron una misión cultural a Xictepec en octubre de 1936. Los agraristas, inspirados por el impulso de Cárdenas a la reforma agraria, empezaron a tomar los gobiernos locales y a exigir ejidos.
En julio de 1935 los campesinos de Buenos Aires, al sur del Monte de Chila, pidieron tierras. Un año después hicieron lo mismo los lugareños de Francisco Osorno, también al sur. Y en 1949 San Pedro Tlaolantongo hizo una demanda por un ejido.
Estas demandas originales fracasaron. Los ingenieros, posiblemente pagados por los terratenientes locales, afirmaron que los agraristas de los dos pueblos habían desaparecido en 1940. Los lugareños ciertamente lo recordaban así.
Aunque fueron predominantemente los indígenas locales quienes primero intentaron obtener concesiones para asentarse en Monte de Chila, fueron los mestizos más ricos, tanto de fuera de la región como de las ciudades locales, quienes primero empezaron a comprar propiedades en la región durante las décadas de 1950 y 1960.
En general, había tres grupos. En primer lugar, habia las élites regionales de las grandes ciudades. Estos incluían a Luis Boyer Castañeda de la ciudad de Puebla, quien compró Punayo y Monte Grande, o los siete hermanos de la familia Lechuga de Zihuateutla quienes compraron Los Puentes entre otros. Al menos algunos de estos, al parecer, intentaron sembrar cafetos en la meseta.
Aunque las familias Hernández, Luna Barrios y Cruz dominaban estas compras, había otras, la mayoría de las cuales vivían en la cabecera municipal de Jopala. De hecho, en 1972,
Excélsior describió el Monte de Chila como controlado por 12 caciques.Estos 12 caciques, en cambio, utilizaban las tierras para la cría de ganado. Eran, en pocas palabras, rancheros. Era la epoca de la expansion del cultivo de ganado en México, lo que unos llaman el proceso de “ganaderización”.
En 1966, por ejemplo, Abundio Luna Barrios, poseía 160 cabezas de ganado repartidas en cinco ranchos. Otro clan terrateniente, los Guerrero Carballos, poseían 67 reses. Aunque muchos de los caciques visitaban las tierras con frecuencia, también empleaban a un puñado de jornaleros y vaqueros locales para cuidar de sus negocios.
También eran los autoproclamados defensores de los compradores particulares del Monte de Chila. Los clanes Hernández y Luna Barrios fueron acusados en repetidas ocasiones de utilizar pistoleros para intimidar a los campesinos ocupantes ilegales. Y José Cruz, que tenía su base en San Miguel Tilapa, al sur de la meseta, era un notorio asesino y dirigía un escuadrón de pistoleros de Defensa Rural.
Por último, había unos trescientos cabezas de familia de los pueblos circundantes de Chicontla, Tlaolantongo y Buenos Aires, que parecían haberse unido a los caciques y comprado o apoderado de pequeñas propiedades de 1 a 10 hectáreas en la meseta más o menos al mismo tiempo.
En la década de 1960, las élites regionales y locales y los mestizos de los pueblos colindantes reclamaban gran parte del Monte de Chila. Sin embargo, muchos, en su mayoría campesinos totonacos, quedaron al margen del reparto de las ricas tierras de la meseta.
Hacia 1956, algunos de estos campesinos, dirigidos por Isauro Villalba, miembro local del izquierdista Partido Popular, empezaron a ocupar las tierras del Monte de Chila. Isauro Villalba fue asesinado, junto con otros dos campesinos, por los pistoleros de los ganaderos en agosto de 1958. Pero su idea de crear una nueva aldea predominantemente totonaca en el Monte de Chila perduró.
En 1960 unos 40 campesinos firmaron una demanda para la creación de un nuevo centro de población y un ejido en la meseta del Monte de Chila. Y en agosto de ese año publicaron la demanda en el Diario Oficial. Querian establecer un nuevo centro de poblacion, con tierras adjuntas que llevaran el nombre de su antiguo lider muerto, Isauro Villalba.
Dijeron que su pueblo era Buenos Aires. Pero no parecían ser del centro del pueblo y ciertamente no eran rancheros, comerciantes o incluso arrieros. Lo más probable es que algunos procedieran de los pequeños ranchos indígenas del sur del pueblo. Otros (incluidos los futuros líderes de los paracaidistas campesinos Miguel Andrés Zaragoza, José Salazar Galeana y Antonio de Jesús Arroyo) eran del pueblo de Francisco Osorno, al suroeste inmediato de Buenos Aires. Lo más probable es que la mayoría fueran totonacos. Sólo tres de los firmantes podían firmar con su nombre. Y muchos de los firmantes tenían nombres como apellidos (como muchos indígenas totonacas).
A mediados de la década de 1960, la población del Monte de Chila se había dividido en dos grupos. Por un lado, estaban las élites del pueblo (incluyendo rancheros y comerciantes) y la clase media mestiza (compuesta por arrieros y pequeños propietarios).
Por otro lado, estaban los jornaleros totonacos que aún no tenían acceso a las ricas tierras del Monte de Chila y vivían en pequeños ranchos fuera de las aldeas principales. Algunos de ellos habían formado una alianza de varios ranchos y decidieron arriesgarse a ocupar las tierras del Monte de Chila desde mediados de los años cincuenta.
En 1965, los burócratas del gobierno llegaron al Monte de Chila, dirigidos por Benjamín García Vega. Tres ingenieros inspeccionaron toda la región y decidieron que, para satisfacer las demandas de los totonacas sin tierra de la región, necesitaban dividir Monte de Chila entre dos ejidos con base en San Pedro Tlaolantongo y El Encinal (al oeste de Monte de Chila) y un nuevo centro de población en Isauro Villalba, justo en el centro de la meseta.
La decisión aceleró las tensiones en Monte de Chila. En 1966 los campesinos del rancho El Encinal solicitaron oficialmente un ejido. Y ese mismo año el gobernador de Puebla concedió 770 hectáreas de tierra al ejido de San Pedro Tlaolontongo. Sin embargo, la cuestión del nuevo centro de población de Isauro Villalba seguía pendiente.
En este punto, los ocupantes ilegales de Isauro Villalba parecían haberse dividido. Algunos decidieron hacer un trato con los rancheros que reclamaban la tierra. Acordaron pagar una cantidad fija de alquiler por hectárea de tierra.
Otros, sin embargo, adoptaron una postura más militante. Alrededor de 1966, los líderes de los paracaidistas empezaron a visitar las comunidades no sólo de Jopala, sino también de los pueblos vecinos más pobres de Zacatlán, Hermenegildo Galeana, Olintla y Filemón Mata. Intentaron persuadir a los que no tenían tierras para que se mudaran a la comunidad de precaristas.
También parecían formar una alianza con radicales nacionales de la rama comunista de la Central Campesina Independiente (CCI). Como sostiene Dolores Trevizo, estos miembros radicales de la CCI habían tomado la decisión explícita de restar importancia a su afiliación comunista. A veces se amparaban bajo el paraguas de otros grupos. Otras veces simplemente se describían a sí mismos como "agraristas".
Pero hay muchas pruebas de que los miembros del CCI trabajaban en la región de la Sierra Oriental. En marzo de 1966, por ejemplo, las autoridades de Tlaola se quejaron de que unos hombres que se autodenominaban gasquistas estaban alabando a Fidel Castro e insultando públicamente al gobierno mexicano. Un mes más tarde, en San Antonio de Palmar, los agraristas de Ayotoxco celebraron una reunión secreta en el pueblo antes de ser asaltados por soldados y la policía local.
En 1969, la cuarentena de ocupantes originales de Isauro Villalba había aumentado considerablemente.
En 1972, el sindicato radical de campesinos, la UGOCM, afirmaba que había 150 cabezas de familia viviendo en la meseta. Otros lugareños mencionaron una cifra similar: más de 150 casas y más de 400 habitantes, incluidos mujeres y niños.
Además, lo que había sido un tosco conjunto de chabolas se parecía ahora a un pueblo propiamente dicho. Había casas de madera y caminos bien transitados. Los aldeanos tenían ganado, cultivaban e incluso habían establecido una pequeña iglesia y una escuela.
Muchos de los arrieros que entrevistamos dieron testimonio del desarrollo del lugar. De hecho, muchos de los arrieros traían mercancías de los pueblos de los alrededores para venderlas.
Para 1969 estos ocupantes ilegales no eran simplemente de Francisco Osorno y de los pequeños ranchos de los alrededores. Los líderes habían logrado persuadir a totonacos y nahuatl hablantes sin tierra de todo el oriente de la Sierra. En 1969, el presidente auxiliar de Buenos Aires afirmó que los habitantes provenían de Francisco Osorno, Cuanixtepec, San Antonio, Tlamaya Grande y San Pedro Tlaolantongo. En las entrevistas de Itzel Adela Olivo Vázquez, le dijeron que los invasores provenían de Filomeno Mata, Olintla, San Pedro, Ignacio de Ramírez, Bienvenido, Francisco Osorno, Jópala, Buenos Aires, África, Collay, Tlamaya Grande, Tlamaya, San Felipe Tepatlán y San Mateo. Nuestros entrevistados añadieron San Pedro de la Cañada, El Encinal, Coamachalco, y tan lejos como Zacatlán, Tetela e incluso Zacapoaxtla.
Los ocupantes ilegales también parecían tener un grupo de líderes.
El más destacado fue Idlefonso Sánchez Márquez. En 1960 era el presidente del comité para el nuevo centro de población. Parece que procedía del centro de Jopala y formaba parte de una familia mestiza extensa y relativamente rica. A lo largo de los años, Idlefonso adquirió fama no sólo de líder de estos ocupantes ilegales iniciales, sino también de ladrón, asesino y, en palabras de un lugareño, “un hombre de pocos amigos”. Se rumoreaba que había matado a su propio hermano y a menudo se le culpaba de irritar a los demás ocupantes ilegales.
Además de Idlefonso, dos de los principales líderes locales eran Miguel Andrés Zaragoza y Antonio de Jesús Arroyo. Según una carta de 1972, procedían de Francisco Osorno. Fueron los firmantes originales del plan para el nuevo núcleo de población. Y a finales de la década de 1960 parecían haber alcanzado un papel de liderazgo.
Por último, había un par de organizadores radicales que parecían tener un papel importante en la comunidad. Eran tío y sobrino, Bernardino Villordo Cruz y Fermín Villordo Cruz. Ambos eran del centro regional de Zacatlán. A finales de la década de 1960 también desempeñaban un papel de liderazgo. Según varios entrevistados, eran los responsables de transportar las armas desde la armería de Zacatlán, Armas Trejo, hasta el campamento.
En 1969 las tensiones entre la comunidad precarista y los rancheros, arrieros y pequeños propietarios de los alrededores del Monte de Chila llegaron a su punto más álgido. A principios de año llegaron a la región funcionarios agrarios para levantar censos de los que pedían tierras.
El intento fue un desastre. Al parecer, los funcionarios se dirigieron a las sedes del poder ranchero, como Buenos Aires y Francisco Osorno, y no a la comunidad de precaristas. Los pobladores se negaron a ser censados, alegando que ya tenían tierras.
En 1965, las autoridades agrarias anunciaron que los problemas de la propiedad del Monte de Chila se resolverían mediante la distribución a gran escala de tierras a los campesinos sin tierra de la región. El anuncio animó a los miembros radicales de la CCI de la región, que se extendieron por los ranchos del sur de la meseta e intentaron persuadir a otros campesinos para que se unieran al nuevo núcleo de población de Isauro Villalba. En 1969 había más de 150 casas y 400 habitantes en las tierras.
Sin embargo, en 1969 las autoridades agrarias renegaron de su oferta. Deliberadamente o no, no visitaron la comunidad de ocupantes ilegales, realizaron censos en los principales pueblos ganaderos y, como era de esperar, concluyeron que los habitantes de la región eran todos pequeños propietarios.
Durante el año siguiente, las tensiones entre los ocupantes ilegales y las comunidades vecinas alcanzaron su punto álgido. A medida que aumentaban los conflictos, las versiones de lo que ocurrió después diferían drásticamente.
Tras examinar docenas de entrevistas, artículos de prensa y denuncias escritas, es posible discernir tres versiones de la masacre.
Aunque los aldeanos compartieron posteriormente sus propias opiniones y recuerdos, y las versiones se han difuminado en los bordes, siguen estando firmemente arraigadas en la perspectiva de clase del entrevistado.
En consecuencia, las hemos denominado
La versión del gobierno de lo ocurrido el 28 de enero de 1970 comenzó en realidad siete meses antes en la ciudad comercial de Villa Juárez/Xicotepec, al oeste de Monte de Chila. La versión del gobierno de lo ocurrido el 28 de enero de 1970 comenzó en realidad siete meses antes en la ciudad comercial de Villa Juárez/Xicotepec, al oeste de Monte de Chila.
El 28 de mayo de 1969 hubo una fuga masiva de la prision de Xicotepec. Según los periodistas que inundaron la ciudad en los días siguientes, la fuga de la cárcel fue dirigida por un conocido ladrón y asesino local, Odilón Téllez. Él y un puñado de otros habían simulado una epidemia de fiebre tifoidea y exigido una cama para uno de los presos enfermos. A continuación, cavaron un túnel fuera de los muros de la prisión. Almacenaron la tierra en bolsas y cajas dentro del cuarto de baño de la prisión.
A las 11 de la noche del 28 de mayo de 1969, 57 presos escaparon de la prisión, ayudados, al parecer, por dos de los guardias.
Las fugas de presos no eran inusuales en Xicotepec. La prisión era
famosa por su suciedad, degradación y mala administración.En mayo de 1967, 31 presos habían escapado de la cárcel. Y en 1971 los soldados consiguieron frustrar otra fuga amenazando con disparar a los presos. Los lugareños afirmaban que “era más fácil entrar que salir de la cárcel”. Y uno de los fugados de 1967 afirmó que habrían huido más si se hubieran dado cuenta de que tendrían que pagar cama y comida en el exterior.
No obstante, la fuga de 1969 provocó una importante reacción del gobierno. Según los periódicos, 5000 soldados, la policía judicial del estado y la policía municipal cercana se unieron a la búsqueda. Durante el mes siguiente consiguieron localizar al menos a diez de los fugados, incluido el cerebro Odilon Tellez.
Sin embargo, según un informe oficial publicado después de la masacre, el resto de los fugados huyeron a la comunidad de ocupantes ilegales de Monte de Chila. Utilizaron el nuevo pueblo como base para llevar a cabo un alboroto de robos, asesinatos y violaciones. En los días siguientes a la masacre, enumeraron las víctimas de esta matanza. En algunos periódicos afirmaban que había 23 víctimas, en otros 28. El comunicado de prensa oficial de la SEDENA afirmaba que fueron 26. Todos los reportes coincidían en que entre las víctimas se encontraban los presidentes municipales tanto de Amixtlán como de San Pedro de la Cañada.
Según el comunicado de prensa, el 28 de enero de 1970 un coronel del batallón de Xicotepec, Beningo Marín Martínez dirigió a un grupo no especificado de soldados y policías judiciales del estado hasta el Monte de Chila en la búsqueda de los 45 presos fugados restantes.
Durante cinco horas, desde las 7 de la mañana, se produjo un brutal tiroteo. Al día siguiente, los militares y los periódicos informaron de que las bajas eran las siguientes:
Los militares habían perdido a un teniente, Raúl Villegas Venegas, a un cabo, Odilón Martínez, y a un policía judicial del Estado, Elpidio Islas Hernández. Segun otro informe mas tarde, otro soldado, Serafín Luna Martinez, tambien se murio despues.
También habían muerto veinte opositores. No se les dieron nombres, pero fueron descritos en los periodicos como «fugitivos», «maleantes», «abigeos», «gavilleros», «cuatreros», «forajidos», «facinerosos», «bandoleros», «delincuentes», «criminales», «asesinos» y «prófugos». Otros ocho antiguos presos habían sido detenidos. Se descubre un alijo de armas. Y 17 se habían fugado.
La versión oficial de la masacre terminaba ahí. El enfrentamiento mereció sólo una pequeña noticia en los nacionales y un par de días de cobertura en los periódicos de Puebla. En estos relatos, los periodistas retrataron a las verdaderas víctimas como los soldados. Imaginaron el féretro del cabo Odilón Hernández sentado en el palacio municipal de Xicotepec. Entrevistaron a su viuda y mencionaron a los cuatro hijos que dejó.
Los periódicos también cubrieron brevemente el juicio de los presos del Monte de Chila. Para el 20 de febrero de 1970, habían aumentado a 22. 15 fueron liberados y siete sentenciados a prisión por homicidio, asociación delictuosa y delitos contra funcionarios públicos. Eran Manuel Ponce García, Lucas Hernández Tecorralco y Antonio Ramos Vicente, así como los hermanos Agustín, Vicente, Lorenzo y Miguel Cano María.
También hubo una investigación oficial del ejército sobre la masacre en agosto de 1972. Fue instigada por una denuncia de algunos de los supervivientes del Monte de Chila publicada en El Día.
El informe oficial se basaba, según afirmaba, en entrevistas con campesinos del municipio de Jopala. Omitía por completo la historia de los fugados del penal de Xicotepec. Pero se aferraba a la historia de que las víctimas habían sido delincuentes. Según el informe, eran «maleantes dedicados al robo y al asesinato». Habían aterrorizado a la región y atacado al ejército.
Durante nuestras entrevistas en torno al Monte de Chila, la versión más común de la historia del Monte de Chila fue la que aquí llamamos la versión ranchera. También fue la más detallada de todas las versiones en competencia y contenía los siguientes elementos.
A finales de 1969, algunos miembros de la comunidad ocupante ilegal del Monte de Chila empezaron a cometer actos delictivos, incluido el robo de ganado, el robo de arrieros y el asesinato.
Múltiples entrevistados dieron fe de este repunte de los delitos. De hecho, la mayoría de los entrevistados sabían mucho más de estos delitos que de la propia masacre.
En Buenos Aires muchos parecian culpar al lider local de los okupas, Idlefonso Sanchez Marquez.
El cura de Chicontla, que escribió su versión de los hechos poco después, también hizo hincapié en la creciente violencia de algunos de los okupas.
Esto culminó con el asesinato y robo de un arriero llamado Leonel Calderón, quien trabajaba para el comerciante y acaudalado dueño de arrieros, Ramón González. Según algunos, fue entonces cuando la hermana de Leonel utilizó su influencia en el pueblo local de Xicotepec para persuadir al capitán Benigno Marín Martínez de que llevara un pelotón de soldados a la comunidad paracaidista.
Otros afirman que fue el cuñado de Leonel, un rico comerciante de Villa Juárez/Xicotepec quien persuadió a los soldados para que investigaran.
Otros mas afirmaron que fue el dueño de la recua de mulas, Ramón González, quien estaba furioso por el robo de 12,000 pesos en ganancias de café.
Según la entrevista anterior, los dueños de las mulas se quejaron de los asesinatos no sólo a los militares locales, sino también al candidato presidencial, Luis Echeverría Álvarez.
Al principio, supusimos que se trataba de especulaciones. Pero El candidato para la presidencia, Echeverría, estuvo en Villa Juárez/Xicotepec. Tal vez ordeno el ataque?
El 24 de enero de 1970 Benigno Marín Martínez llegó al pueblo de Chicontla, al oeste del Monte de Chila. Se acercó a la comunidad de precaristas por la mañana temprano. Según los entrevistados, uno de los ocupantes ilegales disparó contra el pelotón matando a un teniente del ejército. En ese momento se produjo un tiroteo.
Cuando terminó, al menos dos soldados y un policía judicial del estado habían muerto.
Algunos residentes de Chicontla recuerdan a los soldados restantes bajando los cuerpos por la colina hasta el pueblo y colocándolos en la plaza principal.
Según la versión de los rancheros, fue el asesinato del teniente, y no la racha de robos o la invasión de tierras, lo que precipitó la movilización masiva del ejército y la masacre.
El 28 de enero de 1970 cientos de tropas llegaron a los pueblos de los alrededores del Monte de Chila. Según Miguel Andrade, quien logró entrevistar a uno de los soldados sobrevivientes, eran del 37º y 26º Batallones con sede en Puebla y del 7º Batallón con sede en Poza Rica. Según este soldado, el motivo era escarmentar a los ocupantes ilegales. Matar a un teniente era un delito castigado con la pena de muerte. "La orden vino desde la Defensa Nacional, en ese momento el secretario era Marcelino García Barragán"; porque había que dejar claro que "a los verdes se les respeta".
Según otros entrevistados los militares rodearon el Monte de Chila por cuatro lados, entrando por San Pedro Tlaolantongo, Tlapacoya, Bienvenido y Coyutla. Estaban comandados por el jefe de la zona militar, Eusebio González Saldaña. Iban acompañados de al menos dos aviones.
Según los entrevistados, los soldados llegaron al Monte de Chila alrededor de las 7 de la mañana y abrieron fuego contra la comunidad.
Incluso los rancheros difieren sobre lo que pasó después. Ellos no se encontraban en el Monte de Chila, pero consiguieron informarse bien colándose en la meseta en los meses siguientes, bien a través de los informes de paracaidistas que habían conseguido escapar.
Está claro que algunos paracaidistas abrieron fuego, otros huyeron y otros fueron asesinados a sangre fría. Pero en lo que sí coinciden los rancheros es en que la estimación del ejército de 20 muertos fue demasiado baja.
Algunos afirman que vieron personalmente al menos entre 30 y 40 cuerpos.
Otros, incluido el cura local, situaron la cifra en unos 80.
Aunque la versión ranchera de la masacre sugería que fueron los crecientes crímenes de los ocupantes ilegales y luego el asesinato del teniente del ejército lo que precipitó la masacre, nadie negó la brutalidad de la respuesta del ejército.
Esta brutalidad tuvo dos elementos clave que no menciono la version del gobierno.
En primer lugar, tras el asesinato, el ejército permaneció en la meseta del Monte de Chila durante al menos tres meses. No permitieron que los familiares ni los sacerdotes enterraran los cuerpos, sino que los dejaron a la intemperie para que se pudrieran y los animales los devoraran.
Otros incluso afirmaron que durante los tres meses que duró el campamento, el ejército no sólo exigió comida a las comunidades vecinas, sino también entretenimiento.
En segundo lugar, algunos de los entrevistados afirmaron que entre los muertos había mujeres y niños.
En los días siguientes a la masacre, la versión gubernamental de los hechos dominó las noticias. Pero hubo algunos periodistas que cuestionaron los hechos. En Excélsior, el periodista disidente poblano Manuel Sánchez Pontón entrevistó al comandante de la policía de Xicotepec. Negó que alguno de los habitantes del Monte de Chila fueran evadidos de la cárcel de Xicotepec. Dijo que eran invasores de tierras y miembros de la rama radical del CCI.
También afirmó que eran rancheros de los pueblos aledaños al Monte de Chila los que habían enviado cartas al diputado local, Anselmo Galindo Arroyo. Y fue Galindo quien había logrado involucrar a los militares.
Los artículos de Sánchez Pontón fueron seguidos dos meses después por una extraña referencia a la masacre enterrada en un artículo de Impacto sobre la supresión de la Guerra Fría en Brasil y Argentina. En él se afirmaba que algunos grupos de México estaban sufriendo represalias similares. Hacía referencia a un artículo de El Correo de México, Sección Puebla, titulado "Ya Parenle". Al igual que Sánchez Pónton, el artículo afirmaba que el ejército en Monte de Chila estaba "matando campesinos con el pretexto de perseguir maleantes".
La semana siguiente, Impacto se vio obligado a retractarse de la breve mención del Monte de Chila y en su lugar publicó la visión oficial del ejército sobre los acontecimientos.
Si los artículos de Excélsior e Impacto cuestionaban la versión oficial, una solitaria carta enterrada en la investigación confidencial de la SEDENA sobre la masacre exponía la versión agrarista en su totalidad. La carta fue enviada al gobernador de Puebla el 6 de julio de 1972 por seis miembros sobrevivientes del grupo de paracaidistas. Eran Miguel Andrés Zaragoza, Antonio de Jesús Arroyo, Manuel Ponce García, Andrés Santiago, Manuel Juárez Rosas y Antonio Ramos Vicente. Al menos dos (Zaragoza y Arroyo) formaban parte de la solicitud original de Isauro Villalba de 1960. Y Ponce y Ramos habían sido dos de los presos condenados por el juez en febrero de 1970.
Afirmaron que trabajaban las tierras del Monte de Chila desde 1955. Afirmaban que desde entonces los ganaderos y sus pistoleros les habían perseguido desde entonces. Incluso expusieron una lista de las víctimas, incluido, al parecer, Idlefonso Sánchez Márquez, asesinado, según ellos, en mayo de 1969.
Afirmaban, como los periódicos citados, que las acusaciones de crimen, violencia y robo que se les hacían eran "calumnias". Por el contrario, afirmaron que la causa real de las crecientes tensiones era una huelga de alquileres que ellos decretaron contra los ganaderos de la región. Esta huelga de rentas convenció a los rancheros para que pagaran al batallón militar local con base en Xicotepec para que atacara a la comunidad de ocupantes ilegales.
No se mencionó a Benigno Marín Martínez, ni el conflicto inicial del 24 de enero, ni la muerte del teniente y los otros tres oficiales. En cambio, afirmaron que los soldados entraron en su pueblo sin previo aviso a las 3 de la madrugada del 28 de enero. Algunos campesinos dispararon en defensa propia y se produjo la masacre.
El relato siguió después la versión de los rancheros. Los militares cerraron la meseta, se negaron a dejar entrar a la gente para enterrar a los muertos y, en su lugar, dejaron los cadáveres a la intemperie.
Aunque la carta presenta la visión más clara del relato agrarista, coincide con algunas de las entrevistas. Muchos de los entrevistados afirmaron que los rancheros habían pagado para que el ejército destruyera el campamento de Monte de Chila.
En la carta de 1972, los seis supervivientes de la masacre enumeraron los muertos. Contaron 15 muertos el 28 de enero de 1970 y otros tres muertos el 3 de febrero.
Sin embargo, otros entrevistados dicen que los muertos eran mucho mas que la estimación de 15. El Periodista, Sánchez Pontón, afirmó que los soldados habían matado al menos a 150 campesinos. Pero otros afirman que fueron muchos más
Sin embargo, la más creíble de estas estimaciones superiores provino del sacerdote Gustavo Rodríguez Zarate. Ya en 1994 mencionó la masacre en su colección de enseñanzas, Desde el Moral. A esto siguió una serie de entrevistas. En ellas explicó que, como estudiante de seminario, había pasado a menudo sus vacaciones de Semana Santa paseando por la Sierra Norte de Puebla. En abril de 1970 llegó a Chicontla cuando las comunidades se recuperaban de la masacre.
Calculó que los soldados habían matado al menos a 322 de los ocupantes ilegales, incluidos mujeres y niños. En una de sus últimas entrevistas, explicó cómo llegó a esta cifra.
Sabemos que los soldados permanecieron en el Monte de Chila durante al menos dos meses. Al menos al principio, se negaron a permitir el acceso de los sacerdotes o los familiares para enterrar a sus muertos.
Lo que ocurrió después con los cuerpos sigue siendo un misterio. Según uno de los entrevistados, los rancheros que reclamaban la propiedad de la tierra recogieron los huesos y pidieron al sacerdote local que celebrara una misa. El objetivo, según él, era evitar que los cadáveres «dañaran a sus animales».
Otros afirman que incluso 3 años después de los hechos los cuerpos habían sido abandonados en la meseta. Los pusieron en postes, presumiblemente como advertencia.
Otros afirman que finalmente el cura local reunió a un grupo de personas que ayudaron a enterrar los cuerpos. Colocaron los cuerpos en una fosa común.
Otros afirman que algunos de los cuerpos fueron abandonados. Los animales los despedazaron y dejaron sus huesos por toda la meseta. Los que quedaron en el camino fueron recogidos y enterrados por el cura de Jopala y varios ciudadanos.
El 29 de enero los periódicos informaron de que el ejército había detenido a ocho reos. Se trataba de Santiago Manrique, Manuel Ponce, José Pedro, José Agustín Vicente, José María Vázquez, Lucas Hernández y Antonio Ramos.
El 14 de febrero de 1970, tanto El Heraldo de México como La Opinión de Puebla informaron de que el fiscal general federal estaba procesando a 11 miembros de la gavilla. Se trataba de José María Hernández, Juan Hernández García, Lucas Hernández Ticceral, Andrés Juárez, José Pedro Fabián, Manuel Ponce García, Agustín Vicente, Roberto Toxtli, José María Vázquez. Todos ellos fueron acusados de estar armados y disparar contra el ejército.
El trato a los prisioneros, como era de esperar, fue duro. Uno de los presos entrevistados por El Heraldo de México, se quejó de que los "federales" los trataban "como animales".
Cuando Itzel Olivo entrevistó a Alfonso Rodríguez en 2019, contó una historia similar de maltrato. Él era uno de los ocupantes ilegales originales y había estado en Monte de Chila desde 1965. Logró sobrevivir a la masacre escondiéndose dentro de un árbol hueco. Escapó del cerco militar por la noche y llegó hasta Villa Juárez/Xicotepec, donde fue detenido.
"Cuando me agarraron allá en Villa Juárez enfrente del palacio, ahí estuve ocho días ahí en la oficina, me pasaron al patio estuve ocho días, ahí me tenían, después llegaba el jefe de la judicial ahí me tenían, uno grandote, me pusieron una pistola aquí (señala la cabeza) me dice hablas o no hablas. Este yo le dije que que iba a decir si no sabía nada, paso la bronca y mataron al teniente, pero le dije que nunca fui mataron, yo pagaba renta señor, así fue dos veces, después a los 8 días me pasaron al patio y me empezaron a patear me maltrataron, con los botines e empezaron a patear ya estaban bien pelados de tanto pegar, me picaron el ojo, me pegaron en la cabeza, me apuntaban y me decían que había matado al capitán, tu matabas, tu robabas, todo el ganado que se perdía, le dije trabajaba ahí, pero no sabía quién mataba a los arrieros, quienes mataban y decía, tu sabes, tu nos tienes que decir ya sabemos todo, solo me querían sacar la sopa y pues yo con miedo diría yo fui pero nunca supe nada, me habían matado ahí. Medio año me maltrataron, estaba bien hinchado, estuve en cama un año. Me maltrataron bien feo y pues yo no sabía nada".
Sin embargo, parece que algunos prisioneros fueron ejecutados en ejecuciones extrajudiciales. Algunos de los entrevistados hablaron de que los soldados tenían una "lista" de los del Monte de Chila que debían ser detenidos o asesinados. En Buenos Aires, inmediatamente después del ataque, los soldados obligaron a los vecinos a acudir a la plaza principal. Allí pidieron a los lugareños que señalaran a los de la lista que estaban presentes.
Según uno de los testigos, al menos cinco de la lista fueron capturados. Y al menos dos de ellos -José Muñoz y el instigador de Zacatlán, Benancio Villordo- fueron asesinados arrojándolos desde la cascada de Tambortitla.
Un entrevistado de Filemón Mata, que trabajaba en una de las fincas del Monte de Chila afirmó que vio los dos cuerpos antes de que los empujaran por el borde.
Las muertes en el Monte de Chila apenas tuvieron repercusión pública, salvo, al parecer, la de Bernadino Villordo. En los días siguientes a su muerte, su esposa e hijos enviaron múltiples cartas al periódico disidente de Puebla, La Opinión. En ellas se afirmaba que Bernadino había sido detenido por la policía judicial del estado inmediatamente después del Monte de Chila y que había desaparecido.
En abril de 1972, hubo un pequeño seguimiento a la historia de los Bernardino. El gobernador de Puebla, Rafael Moreno Valle, estaba a punto de ser destituido tras una serie de escándalos. Sus seguidores fueron atacados abiertamente en la prensa. El 4 de abril de 1972, La Opinión de Puebla publicó en portada una noticia en la que afirmaba que el subprocurador de justicia, Reynaldo Torres, había detenido a Bernardino Villordo y a su sobrino Fermín a raíz de la matanza del Monte de Chila. Fermín fue posteriormente llevado a la cárcel de la ciudad de Puebla y torturado. A Bernardino no se le volvió a ver. Reynaldo fue responsable de su asesinato.